Thursday, August 18, 2005

¿QUÉ NECESITA SABER EL BUEN DOCENTE?


Luis Bretel


Cuando nos enfrentamos a tener que asumir la tarea docente nos asalta siempre una pregunta fundamental ¿qué necesito saber para poder cumplir eficazmente con mi rol?


Con mucha naturalidad la primera respuesta que viene a nuestra mente es: por supuesto aquella materia que debo enseñar. Aunque haciéndolo sé que puedo atentar contra el sentido común debo afirmar que “eso” es de lejos lo menos importante, más allá del nivel educativo en el que tenga que desempeñarme como docente o de la edad de mis estudiantes.


Cuando pensamos en el nivel universitario y quizás en el de educación secundaria, debemos afirmar también que el buen docente no lo es por cuánto sabe acerca de su disciplina o por cuánto demuestra o aparenta saber sobre ella, sino por lo que es capaz de provocar en sus estudiantes. Si el docente no logra provocar curiosidad, disposición afectiva, conflicto, entusiasmo e interés y, tal vez, pasión por saber más, importa poco cuánto sabe él o ella acerca de su disciplina. Pero, ¿no es precisamente cuánto sabe un docente acerca de su disciplina lo que puede provocar todo aquello en sus estudiantes? Si ese saber no va asociado a su propia disposición personal y afectiva tanto hacia su disciplina como hacia el aprendizaje de sus estudiantes de nada le vale.


Son sus entusisasmos, compromisos afectivos y actitudes personales las que podrán provocar a sus estudiantes. Es cierto que es poco probable que quien sabe mucho respecto a alguna disiciplina no sea un apasionado por ella, sin embargo, no siempre esa pasión disciplinar está acompañada por una “pasión docente” o por un compromiso con el aprendizaje de quienes tengo al frente. Por el contrario, es muy frecuente encontrar expertos que no soportan a los novatos y sus novateces, que los agreden, los amenazan, los ignoran y muchas veces los desprecian. Es más frecuente encontrar expertos que olvidaron lo que es y lo que se siente siendo lego en una disciplina, que expertos comprensivos, dispuestos a las ingenuidades, los errores y las dificultades del lego.


El docente apasionado está más preocupado por provocar pasión que por transmitir información. Su mayor preocupación está en cómo lograr que los estudiantes se introduzcan en su campo del saber, que en introducir saber en sus estudiantes. Esta preocupación por provocar pasión, supone disposición a mirar hacia fuera, a mirar al otro a quien quiero apasionar y, a veces, con tanta atención que suele convertirse en compromiso, primero con su aprendizaje y luego con su ser.


¿Qué más puedo hacer para provocar su curiosidad? ¿Qué más puedo hacer para provocar su entusiasmo? ¿Qué más puedo hacer para provocar sus ganas de aprender? ¿Qué más puedo hacer por apasionarlos con lo que me apasiona? Son las preguntas que no dejan en paz al docente apasionado y son las respuestas a las mismas lo que se convierte en su principal e indispensable saber.


Al otro extremo se encuentra el docente frustrado, que no sólo preferiría no ser docente, sino que no está dispuesto a mirar más allá de sí mismo. Que cuando mira hacia fuera lo hace sólo para reafirmarse en lo lejos que los demás se encuentran de dónde él está, en los muchos defectos y carencias que los otros tienen y lo inútil que es tratar de llevarlos a alguna parte. No importando cuánto sepa de su disciplina, quien se encuentre en o cerca de este extremo, no es ni logrará ser un buen docente, porque no desea serlo y porque no buscará saber cómo lograrlo.



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